sábado, 13 de julio de 2013

El chocolate perdido

Era extraño ver a la abuela tan inquieta. Normalmente pasaba el rato sentada en su sillón, en un rincón del comedor, con la barbilla apoyada en un puño, observando el ir y venir del resto de la familia. Pero ese día era diferente.
Se había levantado temprano, había desayunado y después se entretuvo un rato en su habitación tendiendo la cama y guardando unas pocas cosas.
Desde la cocina se escuchaba el rumor de las cobijas sacudidas, los cajones que se abrían y cerraban, el roce de la franela sobre los pocos muebles, sobrevivientes de la vieja casa, que la abuela cuidaba con esmero y un poco de nostalgia.

Al rato, mamá, ocupada en sus propios pensamientos, dejó de prestarle atención; hasta que sintió que se le acercaba arrastrando un poco los pies.
-          Beba, ¿no viste el chocolate con maní que tenía en mi mesa de luz?
-          No, Rosita. Se lo habrá comido.
-          No, si no lo comí, lo tenía en el cajón.

Mamá siguió en lo suyo y la abuela enfiló hacia el patio.
-          Quiche, ¿vos no viste el chocolate con maní?
-          No, mamá. ¿Qué chocolate?
-          El que me trajiste la semana pasada, ese para diabéticos. No lo encuentro.
-          Te lo habrás comido, mamá.
-          ¡No, qué me lo voy a comer! ¡Lo tenía en el cajón!

En ese momento Gustavo y Gerardo pasaban raudamente y fueron interceptados a mitad de camino entre el patio y la plaza.
-          ¿Ustedes me sacaron el chocolate de la mesa de luz?
-          ¿Qué chocolate abuela?
-          El que tenía en el cajón, el que me trajo su papá. ¿Se lo comieron?
-          ¡No, abuela! ¡Además esos chocolates son horribles! –contestaron casi sin detenerse en su carrera.

La abuela, desconcertada, volvió a su habitación. De nuevo se escuchaba que abría y cerraba cajones, esta vez con bastante más ímpetu. Nada, ni rastros del chocolate. Cansada, se sentó en el living donde Claudia jugaba con todas sus muñecas desparramadas por el piso. Sin resignarse a su pérdida, la abuela volvió a la carga.
-          Claudita, ¿no viste el chocolate que me regaló tu papá?
-          No, nona, yo no lo vi.

Enfurruñada, salió al jardín. Acodada sobre la verja, oteaba el horizonte, tratando de hacer memoria. ¿Y si se lo había comido? No, claro que no, ella estaba segura que lo había dejado en el cajón, debajo del pañuelito.

Más tarde, durante el almuerzo, permaneció muda, seria, rumiando el enojo y la frustración que le provocaban el pensar que toda la familia estaba confabulada en su contra.
-          ¿Qué te pasa, mamá, que estás tan callada? –preguntó papá.
-          Nada.
-          No encuentra el chocolate – acotó mamá.
-          ¡Te lo habrás comido y no te acordás! –insistió papá.
-          ¡No me lo comí! – protestó la abuela.
-          A ver, ¿alguno de ustedes sacó el chocolate de la abuela? –inquirió papá estudiando la expresión de nuestros rostros.
-          ¡No! ¡No! ¡No sabemos qué pasó con el chocolate! –fue nuestra respuesta.
La abuela, enojada, se levantó sin decir palabra y se encerró en su pieza.

Pasaron los días. Todos tratábamos de olvidar el incidente, pero la abuela seguía jurando y perjurando que el chocolate no se lo había comido, que estaba segura de haberlo dejado en el cajón y que de allí alguien se lo había sacado. Sin embargo, a pesar de las preguntas de papá, mamá y la damnificada; nadie confesaba. El tema se había vuelto una obsesión para ella, a tal punto que no perdía oportunidad para sacarlo a relucir. Así, una tarde, mientras tomaba unos mates con doña María, no pudo evitar mencionar el asunto. En un extremo de la mesa se habían acomodado con la pava, el mate y los bizcochitos; mientras en el otro Claudia se entretenía con sus crayones y una pila de papeles.
-          ¿Usted sabe doña María? El otro día Quiche me regaló una tableta de chocolate para diabéticos y no la encuentro por ningún lado.
-          Hay, doña Rosa, a mí me pasa lo mismo. ¡Ya no sé dónde tengo la cabeza! Pierdo las cosas, me olvido de dónde las guardo y después no las encuentro. Es que a nuestra edad…
-          ¡Qué edad ni que ocho cuartos! ¡Alguien se lo comió! ¿Cómo va a desaparecer así una barra entera de chocolate?
-          Bueno Rosa, tal vez no se acuerda en qué momento…
-          ¡Le digo que no me lo comí! ¿No entiende?
-          Bueno, no se altere, seguramente va a aparecer… ¿Era de esos para taza?
-          No, era uno de esos con maní…
-          No era maní, nona, eran almendras – dijo Claudia sin levantar la vista ni dejar de rayar los papeles que tenía adelante. Roja como un tomate, se encogió de hombros y desplegó su mejor sonrisa.


No hay comentarios: