martes, 21 de julio de 2009

Frio

El ruidito de la lluvia me despertó aún antes que la alarma del reloj. Por la ventana empañada se veía apenas una claridad incipiente.

Me acurruqué en la cama subiendo las cobijas hasta la nariz. Era temprano asi que podía disfrutar un rato más del calorcito.

Después, inevitablemente, a levantarse y a trabajar. Ya nada es como antes...

Me acuerdo de aquellas mañanas, las de mi infancia. ¡Al sur del canal los inviernos sí que eran duros! Tal vez por su posición más austral, tal vez porque el calentamiento global no se hacía sentir todavía... ¿Quién sabe?

Recuerdo la habitación en la que dormíamos mis hermanos y yo, en penumbras. La única claridad que se veía era la luz que escapaba del baño por la puerta entornada. Y el único sonido que se escuchaba era el zumbar monótono de la máquina de afeitar de papá que se preparaba para ir a trabajar. Aunque despierta, no me movía ni hacía ruido alguno. Sólo escuchaba.

Mamá, abajo, preparaba el desayuno. Sabía que en cualquier momento vendría a levantarnos para ir al colegio. Ya se podía sentir el aroma de las tostadas recién hechas. Al rato no más ya no se escuchaba más el tintinear de las tazas y los cubiertos dispuestos sobre la mesa, sino sus pasos en la escalera.

La puerta del baño se abría un poquito más. Entonces se producía el milagro...

La voz de papá...

"Hace mucho frio, Beba, dejálos que duerman. No les va a hacer nada que falten un día". Y yo me acurrucaba en la cama con las cobijas hasta la nariz; disfrutando de esa licencia inesperada.

Como dije, ya nada es como antes. ¡Y qué frio hace esta mañana!

sábado, 6 de junio de 2009

Filosofando 2


Si todos nos portamos bien y no nos pegás,
de noche no pasan las ambulancias.

Porque las ambulancias pasan con las sirenas
cuando no hay felicidad...


La felicidad no es como una fiesta de cumpleaños
ni como papá noel...
es como las cosquillas
.

Nelson
1991 (4 años)

Filosofando

Mamá...

¿por qué la ropa se va haciendo chiquita?



Frase matadora de Ezequiel, el 28 de octubre de 1987 (6 años).

martes, 7 de abril de 2009

La piecita

Ladrillo sobre ladrillo, sin prisa y sin pausa, en las tardes, la fue levantando.
Podríamos haberla llamado de muchas maneras, pero siempre fue "La piecita". La piecita de papá.
Estantes alineados, cajas, cajitas, frascos; todos prolijamente rotulados con su letra de imprenta, parejita, levemente inclinada. Letra de escuela técnica, de cuaderno de caligrafía. Todo un magnífico universo de cosas inservíblemente útiles. Todo aquello que para cualquiera constituiría un desecho era rápidamente clasificado y guardado porque "para algo puede llegar a servir".
Y vaya si servía... ¿cuántas cosas salieron de allí? Por generaciones (hijos y nietos) las manualidades que llevábamos al colegio o los objetos con los que ilustrábamos alguna clase, eran los mejor logrados, los más originales. Invariablemente, tenían su sello. Cualquier cosa que tuviéramos que hacer, por insólita que fuera, él encontraba en alguna caja algo que podía adaptar. Y era un orgullo, pavoneándose ante la admiración general, decir: papá (o el abuelo) me ayudó.
Ninguna cosa era lo bastante simple como para no dedicarle tiempo, atención y cuidado con esa maestría que era propia de sus manos. Desde arreglar un artefacto hasta pintar una ventana o crear una artesanía, todo lo hacía con minuciosa dedicación.
¿Cuántas horas pasó allí? ¿Quién puede saberlo? Muchas veces ese rincón fue su lugar secreto, su refugio. Allí se aislaba para leer, para recostarse en el silloncito y dejarse rodear por los acordes de la música que amaba, hasta el deleite, hasta la emoción y la lágrima.
Un espacio de olores entremezclados. Olor a metal, a pegamentos, a pinturas y solventes. Olor a madera torneada, a oleos y a lienzos. Olor a papel viejo y encuadernado, a diarios apilados. Un aroma que, de un tiempo a esta parte, sólo sobrevive en el recuerdo.
Creo que desde que papá se fue entré sólo un par de veces y no pude permanecer ahi. Hay demasiados fantasmas y demasiados cambios. Y hay demasiada nostalgia de su espalda inclinada sobre la mesa de trabajo y de sus manos danzando al ritmo de algún tango silbado bajito.

domingo, 22 de febrero de 2009

Carnaval

Una de las cosas que se perdió con el paso del tiempo fue el festejo del Carnaval.
Cuando el barrio era joven (y nosotros también... en fin) se acostumbraba organizar alguna celebración para la noche, en el transcurso de la cual se solía elegir y premiar a los mejor disfrazados.
En una de esas ocasiones fue que se me ocurrió disfrazarme y con un poco de imaginación logré la caracterización que se puede ver en la foto: una bruja hecha y derecha, con escoba y todo.
Me había puesto un sobretodo inmenso que pertenecía al que después devino en mi suegro. El cinturón era la correa de un bolso con un pedazo de cadena que encontré en el tallercito de papá. Unos guantes, un pañuelo de mi abuela envolviéndome el cuello, la escoba de mi mamá... Pero algo faltaba, aún asi vestida yo seguía siendo yo, demasiado identificable, reconocible... Revolví todo buscando una peluca de mi abuela Rosa, pero no la encontré. No sé si la habría tirado o la tenía bien guardada, a salvo de mis malas intenciones. Al final, en una de mis pasadas por el taller sobrevino la idea genial. Con un serrucho y tratando de no hacer mucho ruido le corté el cabo al lampazo con el que mamá repasaba los pisos. Eso me sirvió de peluca... ¡con rodete y todo! Para sostenerlo improvisé una vincha con un pedazo de lona rayada. Ya me había pintado alrededor de los ojos con una sombra verde horrible, pero aún así no me pareció suficiente. Entonces, con bastante habilidad y paciencia modelé una espantosa nariz con una masilla gris que hallé en uno de los estantes del taller (¿qué no había en el taller del viejo?). Qué lástima que en la foto no se ve bien, estaba muy buena, modestia aparte.
Así caracterizada me crucé hasta los locales donde se había organizado el festejo y me pasé un buen rato divirtiéndome correteando a los chicos y haciendo mi papel de bruja. ¡Había algunos que realmente se llevaban un susto tremendo! Pobres, lamentaría enterarme después de tanto tiempo que a alguno le haya creado algún trauma profundo y que requiriese de terapia. La verdad es que la diversión no me duró mucho. En apenas un par de horas empecé a sentirme tan descompuesta que me tuve que volver a mi casa y abandonar mi papel de "asustachicos". Es que hacía mucho calor y la masilla de mi falsa nariz despedía un olor penetrante que se mezclaba insoportablemente con el olor a querosene que salía del lampazo sobre mi cabeza. Creo que el dolor de cabeza y las náuseas me duraron como dos o tres días y me llevé una buena reprimenda; de parte de mamá por serrucharle el lampazo, y de papá por haberme expuesto a una intoxicación por el solo placer de hacerme la graciosa.

domingo, 1 de febrero de 2009

Lógica infantil



Con la proximidad de la Navidad, en la televisión pasaban una publicidad donde se veían unos muñequitos que se tiraban en paracaídas.

Gastón, de 6 años por entonces, miraba atentamente, callado...
hasta que de pronto, con un tono entre asombrado e indignado dijo...

"¡¿Para qué quiere Superman paracaídas si vuela?!

Pura lógica...

Frase matadora datada en diciembre de 1990.

miércoles, 21 de enero de 2009

La llama de la Nena

En la casa 9 del consorcio 9 vivía por aquel entonces la Nena Garland. Seguramente no era ese su verdadero nombre, pero así la conocíamos todos y así la seguimos recordando.
De su mano di los primeros pasos en el aprendizaje del francés. Ella preparaba el té para las dos y así, entre masita y masita, me iba enseñando las palabras y las frases. Al principio fue sólo un juego pero, con el tiempo, se convirtió en una pasión que nunca más me abandonó.
Pero no es este el principal recuerdo que me trae esta imagen.
La Nena (peruana ella) tenía, sobre el pilarcito donde apoyaba la barandilla de la escalera, una llama con todos los adornos típicos de la región andina. Esa llamita lo tenía fascinado a mi hermano Gerardo y no perdía oportunidad para pedir que se la regalaran. Tanto insistía que una vez, por bromear, la Nena le dijo que se la cambiaba por su hermanita. Ni lerdo ni perezoso Gerardo tomó el cochecito donde dormía Claudia (recién nacida) y enfiló rápidamente para concretar el canje. No pasó mucho tiempo hasta que apareció la Nena por casa, empujando el coche y destornillándose de risa, a contarle a mamá del beneficioso trueque que había conseguido.

Nota: la foto data de junio de 1972 y la casa que se ve atrás es dónde vivía la Nena.