martes, 7 de abril de 2009

La piecita

Ladrillo sobre ladrillo, sin prisa y sin pausa, en las tardes, la fue levantando.
Podríamos haberla llamado de muchas maneras, pero siempre fue "La piecita". La piecita de papá.
Estantes alineados, cajas, cajitas, frascos; todos prolijamente rotulados con su letra de imprenta, parejita, levemente inclinada. Letra de escuela técnica, de cuaderno de caligrafía. Todo un magnífico universo de cosas inservíblemente útiles. Todo aquello que para cualquiera constituiría un desecho era rápidamente clasificado y guardado porque "para algo puede llegar a servir".
Y vaya si servía... ¿cuántas cosas salieron de allí? Por generaciones (hijos y nietos) las manualidades que llevábamos al colegio o los objetos con los que ilustrábamos alguna clase, eran los mejor logrados, los más originales. Invariablemente, tenían su sello. Cualquier cosa que tuviéramos que hacer, por insólita que fuera, él encontraba en alguna caja algo que podía adaptar. Y era un orgullo, pavoneándose ante la admiración general, decir: papá (o el abuelo) me ayudó.
Ninguna cosa era lo bastante simple como para no dedicarle tiempo, atención y cuidado con esa maestría que era propia de sus manos. Desde arreglar un artefacto hasta pintar una ventana o crear una artesanía, todo lo hacía con minuciosa dedicación.
¿Cuántas horas pasó allí? ¿Quién puede saberlo? Muchas veces ese rincón fue su lugar secreto, su refugio. Allí se aislaba para leer, para recostarse en el silloncito y dejarse rodear por los acordes de la música que amaba, hasta el deleite, hasta la emoción y la lágrima.
Un espacio de olores entremezclados. Olor a metal, a pegamentos, a pinturas y solventes. Olor a madera torneada, a oleos y a lienzos. Olor a papel viejo y encuadernado, a diarios apilados. Un aroma que, de un tiempo a esta parte, sólo sobrevive en el recuerdo.
Creo que desde que papá se fue entré sólo un par de veces y no pude permanecer ahi. Hay demasiados fantasmas y demasiados cambios. Y hay demasiada nostalgia de su espalda inclinada sobre la mesa de trabajo y de sus manos danzando al ritmo de algún tango silbado bajito.