Era
extraño ver a la abuela tan inquieta. Normalmente pasaba el rato sentada en su
sillón, en un rincón del comedor, con la barbilla apoyada en un puño,
observando el ir y venir del resto de la familia. Pero ese
día era diferente.
Se
había levantado temprano, había desayunado y después se entretuvo un rato en su
habitación tendiendo la cama y guardando unas pocas cosas.
Desde
la cocina se escuchaba el rumor de las cobijas sacudidas, los cajones que se
abrían y cerraban, el roce de la franela sobre los pocos muebles,
sobrevivientes de la vieja casa, que la abuela cuidaba con esmero y un poco de
nostalgia.
Al
rato, mamá, ocupada en sus propios pensamientos, dejó de prestarle atención;
hasta que sintió que se le acercaba arrastrando un poco los pies.
-
Beba, ¿no viste el chocolate con maní que tenía en mi mesa
de luz?
-
No, Rosita. Se lo habrá comido.
-
No, si no lo comí, lo tenía en el cajón.
Mamá
siguió en lo suyo y la abuela enfiló hacia el patio.
-
Quiche, ¿vos no viste el chocolate con maní?
-
No, mamá. ¿Qué chocolate?
-
El que me trajiste la semana pasada, ese para diabéticos. No
lo encuentro.
-
Te lo habrás comido, mamá.
-
¡No, qué me lo voy a comer! ¡Lo tenía en el cajón!
En
ese momento Gustavo y Gerardo pasaban raudamente y fueron interceptados a mitad
de camino entre el patio y la plaza.
-
¿Ustedes me sacaron el chocolate de la mesa de luz?
-
¿Qué chocolate abuela?
-
El que tenía en el cajón, el que me trajo su papá. ¿Se lo
comieron?
-
¡No, abuela! ¡Además esos chocolates son horribles!
–contestaron casi sin detenerse en su carrera.
La
abuela, desconcertada, volvió a su habitación. De nuevo se escuchaba que abría
y cerraba cajones, esta vez con bastante más ímpetu. Nada, ni rastros del
chocolate. Cansada, se sentó en el living donde Claudia jugaba con todas sus muñecas
desparramadas por el piso. Sin resignarse a su pérdida, la abuela volvió a la
carga.
-
Claudita, ¿no viste el chocolate que me regaló tu papá?
-
No, nona, yo no lo vi.
Enfurruñada,
salió al jardín. Acodada sobre la verja, oteaba el horizonte, tratando de hacer
memoria. ¿Y si se lo había comido? No, claro que no, ella estaba segura que lo
había dejado en el cajón, debajo del pañuelito.
Más
tarde, durante el almuerzo, permaneció muda, seria, rumiando el enojo y la
frustración que le provocaban el pensar que toda la familia estaba confabulada
en su contra.
-
¿Qué te pasa, mamá, que estás tan callada? –preguntó papá.
-
Nada.
-
No encuentra el chocolate – acotó mamá.
-
¡Te lo habrás comido y no te acordás! –insistió papá.
-
¡No me lo comí! – protestó la abuela.
-
A ver, ¿alguno de ustedes sacó el chocolate de la abuela?
–inquirió papá estudiando la expresión de nuestros rostros.
-
¡No! ¡No! ¡No sabemos qué pasó con el chocolate! –fue
nuestra respuesta.
La abuela, enojada, se levantó sin
decir palabra y se encerró en su pieza.
Pasaron los días. Todos tratábamos de
olvidar el incidente, pero la abuela seguía jurando y perjurando que el
chocolate no se lo había comido, que estaba segura de haberlo dejado en el
cajón y que de allí alguien se lo había sacado. Sin embargo, a pesar de las
preguntas de papá, mamá y la damnificada; nadie confesaba. El tema se había
vuelto una obsesión para ella, a tal punto que no perdía oportunidad para sacarlo
a relucir. Así, una tarde, mientras tomaba unos mates con doña María, no pudo
evitar mencionar el asunto. En un extremo de la mesa se habían acomodado con la
pava, el mate y los bizcochitos; mientras en el otro Claudia se entretenía con
sus crayones y una pila de papeles.
-
¿Usted sabe doña María? El otro día Quiche me regaló una
tableta de chocolate para diabéticos y no la encuentro por ningún lado.
-
Hay, doña Rosa, a mí me pasa lo mismo. ¡Ya no sé dónde tengo
la cabeza! Pierdo las cosas, me olvido de dónde las guardo y después no las
encuentro. Es que a nuestra edad…
-
¡Qué edad ni que ocho cuartos! ¡Alguien se lo comió! ¿Cómo
va a desaparecer así una barra entera de chocolate?
-
Bueno Rosa, tal vez no se acuerda en qué momento…
-
¡Le digo que no me lo comí! ¿No entiende?
-
Bueno, no se altere, seguramente va a aparecer… ¿Era de esos
para taza?
-
No, era uno de esos con maní…
-
No era maní, nona, eran almendras – dijo Claudia sin
levantar la vista ni dejar de rayar los papeles que tenía adelante. Roja como
un tomate, se encogió de hombros y desplegó su mejor sonrisa.