domingo, 22 de febrero de 2009

Carnaval

Una de las cosas que se perdió con el paso del tiempo fue el festejo del Carnaval.
Cuando el barrio era joven (y nosotros también... en fin) se acostumbraba organizar alguna celebración para la noche, en el transcurso de la cual se solía elegir y premiar a los mejor disfrazados.
En una de esas ocasiones fue que se me ocurrió disfrazarme y con un poco de imaginación logré la caracterización que se puede ver en la foto: una bruja hecha y derecha, con escoba y todo.
Me había puesto un sobretodo inmenso que pertenecía al que después devino en mi suegro. El cinturón era la correa de un bolso con un pedazo de cadena que encontré en el tallercito de papá. Unos guantes, un pañuelo de mi abuela envolviéndome el cuello, la escoba de mi mamá... Pero algo faltaba, aún asi vestida yo seguía siendo yo, demasiado identificable, reconocible... Revolví todo buscando una peluca de mi abuela Rosa, pero no la encontré. No sé si la habría tirado o la tenía bien guardada, a salvo de mis malas intenciones. Al final, en una de mis pasadas por el taller sobrevino la idea genial. Con un serrucho y tratando de no hacer mucho ruido le corté el cabo al lampazo con el que mamá repasaba los pisos. Eso me sirvió de peluca... ¡con rodete y todo! Para sostenerlo improvisé una vincha con un pedazo de lona rayada. Ya me había pintado alrededor de los ojos con una sombra verde horrible, pero aún así no me pareció suficiente. Entonces, con bastante habilidad y paciencia modelé una espantosa nariz con una masilla gris que hallé en uno de los estantes del taller (¿qué no había en el taller del viejo?). Qué lástima que en la foto no se ve bien, estaba muy buena, modestia aparte.
Así caracterizada me crucé hasta los locales donde se había organizado el festejo y me pasé un buen rato divirtiéndome correteando a los chicos y haciendo mi papel de bruja. ¡Había algunos que realmente se llevaban un susto tremendo! Pobres, lamentaría enterarme después de tanto tiempo que a alguno le haya creado algún trauma profundo y que requiriese de terapia. La verdad es que la diversión no me duró mucho. En apenas un par de horas empecé a sentirme tan descompuesta que me tuve que volver a mi casa y abandonar mi papel de "asustachicos". Es que hacía mucho calor y la masilla de mi falsa nariz despedía un olor penetrante que se mezclaba insoportablemente con el olor a querosene que salía del lampazo sobre mi cabeza. Creo que el dolor de cabeza y las náuseas me duraron como dos o tres días y me llevé una buena reprimenda; de parte de mamá por serrucharle el lampazo, y de papá por haberme expuesto a una intoxicación por el solo placer de hacerme la graciosa.

3 comentarios:

Nelson Lastiri dijo...

Hoy sos igual de increíble que antes...
Sos genial.
Cada vez tengo más pruebas para decir que sos la mejor mamá del mundo.
Te amo, de regreso.

(hysortag)

Anónimo dijo...

Interesante las fotos de tus otras entradas. Esos árboles deben estar bellos ahorita.

¿Llegastes alguna vez a oir un programa radial llamado La Revista Radial del Cono Sur?

Anónimo dijo...

jajajajajaja!!!! que sacrificada es la vida del artista!!!